
Sherlock y Watson están “donde deben estar”: en la Londres Victoriana, y de alguna forma se vuelve a contar el origen de estas versiones alternas de los grandes amigos estudiosos. Ya no es preciso justificar “el gorrito ridículo” ni el enorme mostacho, y mucho menos los telegramas en vez de SMS y el empleo de morfina y coca para “ensanchar la mente” del pasmoso y necio detective, lo que deja que la historia fluya mucho… afirmemos “mejor” para fines del caso y la narrativa, por lo menos hasta el momento en que se revela que todo es una parte del perturbado palacio mental de Holmes. 2a1o58